Aquí desde mi
rinconcito, quiero contarles que …
En algún
momento de mi vida:
Me di cuenta
de que yo era genial como estaba, como era. Que el conjunto de defectos y
virtudes era lo que me hacía ser especial y distinta a las demás personas.
Me percaté de
que mis decisiones no eran equivocadas, sino que eran las mejores en ese
momento. Si por cualquier motivo cometía un error, este no era problema de
nadie, sino mi decisión, por lo tanto, nadie podía culparme de ese fallo, ni
juzgarme, yo simplemente tenía que asimilarlo y aprender de él.
Cuando me
amé, dejé de desear que mi vida fuera diferente y aprendí a valorar lo que
tengo, a apreciar todo lo que me alegra. Acepté que lo que no me alegra tanto o
lo que yo no considero como positivo, es algo para aprender, superar y
contribuir así a mi crecimiento personal.
Comprendí
que era mejor dejar de forzar situaciones. Si se daban perfecto, si no, yo no
iba a perder energías pudiendo utilizarlas para otras cosas que no me desgastarían
y que sí me servirían para lograr mis fines.
Me percaté
de que esforzarme para ganarme a las personas, para que me quisieran, para que
quisieran estar conmigo, era agotador y fue entonces cuando descubrí que los
que de verdad te quieren, te aprecian y se sienten bien contigo no necesitan
invitación para estar en tu vida.
Cuando me
quise de verdad, comencé a soltar lastre, a liberarme de todo lo que no era
saludable para mí, de situaciones incómodas, de todo lo que frenaba mi
crecimiento personal. Dejé ir a personas negativas y aquellas que, por ser más
cercanas, no pude liberar, comencé a aceptarlas como son. Dejé mis expectativas
sobre ellas y no permití que influyeran en mis pensamientos o decisiones.
Descubrí la
humildad. Sé que no siempre tengo razón, y que te equivocas menos veces si te
olvidas de tu cabezonería. Aprendí a pedir
perdón a tiempo; te ahorra muchos disgustos y perdidas irreparables.
Tomé conciencia
de que no podía seguir reviviendo el pasado, ni preocupándome tanto por el
futuro, ¿qué futuro podía tener si perdía mi tiempo y no disfrutaba el hoy? Valoré que aquí y ahora es donde estaba
pasando mi vida. Asimilé que disfrutar
del tiempo necesario para desempeñar cada cosa, hace que cometas menos errores.
Y comencé a valorar y sacar el máximo partido a mi tiempo libre haciendo lo que
me gusta y disfrutándolo a mi ritmo. Dejé de darme prisa y compararme con los
demás para entender que el camino es el proceso y es en ese proceso donde está
la felicidad, por lo que debía disfrutar cada minuto.
Reparé en
que ese sufrimiento emocional que a veces me invadía, esa ansiedad, la
angustia, la pena y el desasosiego que me hacían perder el sueño, era porque
iba en contra de mis propias verdades. Por miedo, no era capaz de desencantar a
nadie. Decía que sí, cuando quería decir que no. Aceptaba ir, cuando la
realidad era que no me apetecía. Y callaba por no llevar la contraria, temiendo
hacer daño o temiendo desaprobación, cuando yo era la única a la que dañaba.
Entendí que
las emociones no son buenas ni malas, que cualquier emoción es lícita según tus
circunstancias y como te afecten, simplemente hay que aprender a canalizarlas.
Y no, no soy
perfecta, pero cuando llegan frustraciones, decepciones y tormentas a mi mente,
navego en esos mares a trompicones y mi corazón timonea la nave hasta que todo
se calma, la niebla se disipa y logro ver con más claridad. Entonces y solo
entonces busco la solución. Cuando encuentro el remedio, actúo en consecuencia
y vuelvo a encontrar mi paz.
Todo esto para mí, es apreciar mi
vida y vivirla.
No, no lo aprendí pronto, lo
descubrí a fuerza de palos, de decepciones, de algún sufrimiento, de meter mucho
la pata, pero llegó en algún momento de mi vida.