TE SIGO EXTRAÑANDO
Aquí desde mi
rinconcito, te echo de menos. Hoy te extraño algo más, ya que
es el día de tu santo y lo hubiéramos celebrado de otra forma, de manera
especial.
Esto que escribo hoy va por
ti:
Él
era debo decir, como todos los abuelos, pero para mí, el más especial.
Aunque en mi infancia eras
joven y trabajabas aún de carpintero, el tiempo que no le pudiste dedicar a los
hijos, sí lo podías dedicar a los nietos, valorando ya, como cualquier abuelo,
la risa, el abrazo y el "te quiero" de un niño.
Yo crecí, me hice adulta bajo
tu siempre atenta mirada, y con los años nos acercábamos, si cabe, cada vez
más. Seguíamos compartiendo mis buenos y malos momentos. En los malos me
desahogaba contigo y en los buenos, te alegrabas más que nadie de que me
salieran las cosas bien.
Papi, hace ya muchos años que
no estás conmigo. Quince años, para ser exactos, que no sigues enriqueciendo mi
vida. Ya al terminar la jornada, como cada noche, no acabo en tu casa contándote
como me ha ido el día. Conversábamos con igual pasión y entusiasmo, de lo
importante y lo trivial; tú siempre con algo nuevo que enseñarme, siempre con
esa serena sabiduría tuya que te aportaron la vida y la experiencia y yo
siempre con algo nuevo que aprender de ti, con otro punto de vista que no me
había planteado.
Hoy sigo hablando contigo en
las noches. Te sigo viendo como a mi “Dios”; aquel que lo sabía todo como cuando
era niña. Aquel que solo con cobijarme en sus brazos me calmaba y me transmitía
paz.
Ahora que las cosas me van mucho
mejor y que tengo nuevos logros realizados, o en proceso, también te los sigo contando.
Hablo contigo cuando el silencio de la casa ensordece la noche. Sé que allí
donde estés estás velando por mí y, aunque no estás físicamente, yo te siento
cerca y creo que sigues pendiente de mi vida. Seguramente en más de una ocasión
habrás tenido que interceder por mí, porque yo sigo pidiéndote ayuda. Sé que
envías fuerzas a la que fue tu compañera de toda la vida para que pueda sobrellevar
el peso de la soledad. Si existe Paraíso seguro que vives en él como querrías.
Imagino que estarás arreglando las escaleras de entrada el Cielo, seguro que estás
muy ocupado pues nunca te ha gustado holgazanear y habrás cambiado los balaustres
de esa escalera para que la entrada sea más llamativa y bonita, o quizás estás arreglando la puerta que recibe a las
almas, acompañado de San José, el carpintero Celestial. Apuesto que, en tus ratos
libres, vas de pesca con San Pedro y luego preferirás no disfrutar ese mero que
acabas de pescar, para que lo coman otros y ver sus caras de satisfacción, tal como
hacías aquí. También sé que “exista lo que exista” después de esto nos
volveremos a encontrar. Pero hasta entonces y aún después de todo este tiempo,
sigo teniendo un vacío inmenso en mi vida, sigo teniendo dolor en mi alma. Te
quiero, Papi. Sigues en mi corazón.
En memoria de Juan Vega
Jimenez, mi ABUELO.
Que homenaje más bonito a esos seres tan imprescindibles, Carmen, como son los abuelos. Te comprendo perfectamente porque yo, más de 25 años después de su muerte, todavía sigo soñando con dar un abrazo a mi abuela. Sin duda el tuyo fue un ser maravilloso.
ResponderEliminarPara mí lo era. Y para la mayoría de los niños lo son. Hay de todo. Pero la mayoría de los abuelos nos dejan una huella imborrable. Ya te contaré alguna anécdota. Creo que estaba adelantado a su época
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