lunes, 25 de abril de 2022

En recuerdo a MORGANA






Siempre he tenido mascotas. Desde niña he tenido la suerte de tener ese amor incondicional, que no te juzga y que te quieren por como te portas con ellos, sin importarles nada más; ni lo que tienes, ni al humor que traes ese día, sino el cariño que les demuestras.

Admiro esa paciencia que ellos tienen para esperar observándote cuando los ignoras, en espera de una señal tuya, mirada o gesto, para acercarse a recibir su dosis de caricias.

Desde mi rinconcito quiero mostrarles lo que hace muchos años escribí a una de mis perritas cuando falleció después de luchar con un cáncer que, tras una lucha de tratamientos y operaciones, derivó en metástasis en el pulmón.  

¿Y por qué no la sacrifiqué antes? Pues porque, al igual que haría por una persona, quise intentar salvarle la vida; no quería que sufriera y junto a su veterinaria valoramos posibilidades, eso sí, me daba igual tener que cuidarla, de hecho, vivió casi tres años más después de la operación y con un tratamiento que le evitaba dolor. Ella era feliz, jugaba, corría, saltaba y nos salía a recibir como si fuera un cachorro. Hasta que empeoró y tuve que tomar la dolorosa decisión.

He tenido que despedirme de unas cuantas mascotas a lo largo de mi vida. Supongo que como decía una historia que leí, aprenden más rápido que nosotros el sentido de la vida. Qué según creo yo, también, es aportar sin condición, dar sin esperar nada a cambio. Y por ello se van de este mundo antes y con la lección aprendida.

Siempre que sufro una perdida de este tipo, digo que no tendré más animales en casa. Pero me engaño a mí misma. En cuanto paso el duelo reparo que aportan tanto que compensa con creces volver a tener otro.

 

Bueno, ahí va:

 

Mi querida, Morgana, mi perra, mi “Chucho”.

 

Llegaste a casa con tres meses. Cuando te encontré habías sido abandonada con más hermanos. Con la cabeza baja te acurrucaste en mi regazo y tenías miedo de todo el que intentaba acariciarte. En ese instante, supe que tenía que hacerte feliz.  A pesar de que mi casa parecía el arca de Noé, te llevé conmigo. Asustada e huidiza corrías en cuanto me veías con la fregona o el cepillo de barrer en las manos. Te escondías detrás de los sillones al mínimo ruido. Si me sentías subir el tono de voz, venías a mí encogida y con el rabo entre las patas, como esperando un castigo. Debieron de hacerte sufrir mucho en aquella corta, pero ya experimentada vida.

Creo que si hay Dios decidió recompensarte, por ello te puso en mi camino, no pudiendo resistirme a tus ojos tristes y suplicantes de amor.

Mi viejo perro, Chiqui, que no te permitía mucho juego, pero te concedía acostarte a su lado, mi otra perra aún cachorra, Raksha, con la que no parabas de jugar y mis dos gatas te acogieron muy bien en nuestra gran familia.

 Ya en casa te diste cuenta de que no se te levantaba la mano, nunca se te levantaba la voz, sino para que vinieras cuando te alejabas, o para decirte “¡no!” cuando hacías algo que no debías. Y mira que, me saliste trasto. Llegaste a destrozar el mando de la tele y mi teléfono móvil, aparte de cojines, alfombras…. A veces hasta bromeaba diciendo que tenía un cocodrilo en lugar de una perra.

 Se te ha mimado, atendido y protegido y tú a cambio nos has dado tu cariño, fidelidad, ternura y compañía.

Con el tiempo, comenzaste a confiar en ti misma, haciéndote más atrevida y segura. También decidiste dar una oportunidad al resto de la raza humana, permitiendo caricias cuando paseábamos por la calle, pero no sin antes mirarme, insegura y como pidiendo permiso.

Jugabas con nuestras gatas como si fueran de tu misma especie.

Muchos de mis conocidos o amigos me decían que eras feíta, pero eras mi chucho, lo mejor, la más mimosa, agradecida y cariñosa que nadie podía tener. Siempre estabas pegada a mí. Cuando me iba a mover tropezaba contigo continuamente, y yo siempre repetía la misma letanía, medio en broma, medio en serio que: “te tenía que haber puesto jueves en vez de Morgana”.

Y cuanto ahora, voy a echar de menos tropezar contigo.

Cuando me quedé embarazada, siempre apoyabas tu cabeza en mi barriga y si mi bebé se movía, tú lamías mi pancita y me mirabas mientras yo te acariciaba complacida. Sentía como si supieras lo que pasaba dentro de mí, y lo aceptaras de buen grado.

Y llegó mi hija a casa, la olfateaste y aceptaste como algo tuyo. No permitías que nadie se le acercara excepto yo.

Con algunos meses ya te sujetaba por el pelo cuando pasabas cerca de su cochecito y te dejabas hacer mil y unas perrerías por ella.

 Tengo en mi mente la primera vez que me oíste alzarle la voz porque estaba tirando la comida al suelo. Te pusiste delante de ella gruñéndome, aún temerosa y con el rabo entre las patas te enfrentaste a mí. Te reñí, por supuesto, pero me sentí satisfecha de tu actitud. Si eso hiciste conmigo podía esperar de ti cualquier cosa por defender a Inés ante un extraño.

Ahora, vuelves a sufrir, ese maldito cáncer que se ha cebado contigo. Apenas puedes respirar, comer, caminar. Estás débil. Y, aun así, te dejas manejar por Inés. Sigues siendo parte de sus juegos. Te observo mirar a la niña con ternura y en cuanto te llamo haces un tremendo esfuerzo para llegar a mí, abandonándote luego a mis caricias.

            Te toca irte, viejita mía. Reúnete con Wanda (nuestra gata más viejita) que decidió marchar antes para esperarte.

            Busca al viejo Chiqui, al que tanto mortificaste en su vejez con tus juegos y que acompañaste en su agonía acostándote a su lado cuando murió, de un infarto antes de que yo llegase a casa. Busca también a Raksha y vuelve a colgarte de sus orejas como cuando eran cachorras.

Quiero que te lleves contigo todo el amor que siento hacia ti. Me acongojo al despedirme, pero ya es hora de que partas, ya es hora de que dejes de sufrir. A mí me queda lo que has compartido conmigo, el cariño que me has dado, lo entrañable que eras compartiendo juegos con Inés y como te dejabas dar la medicina por ella. Por supuesto me queda el recuerdo de tu mirada dulce, tímida y nostálgica. Otra vez, tengo un nuevo vacío en mi corazón que no se llenará porque es tuyo y te pertenece. Me doy por más que satisfecha de lo que has aportado a mi vida y a mi familia por lo que espero que tú te marches feliz de lo que hemos compartido contigo. Ahora moverás la cola de alegría al ver a Papi (mi abuelo) salúdalo de mi parte y descansa vieja, amiga, descansa. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario