Siempre he tenido mascotas. Desde niña he
tenido la suerte de tener ese amor incondicional, que no te juzga y que te
quieren por como te portas con ellos, sin importarles nada más; ni lo que
tienes, ni al humor que traes ese día, sino el cariño que les demuestras.
Admiro esa paciencia que ellos tienen
para esperar observándote cuando los ignoras, en espera de una señal tuya,
mirada o gesto, para acercarse a recibir su dosis de caricias.
Desde mi rinconcito quiero mostrarles lo que hace muchos años
escribí a una de mis perritas cuando falleció después de luchar con un cáncer
que, tras una lucha de tratamientos y operaciones, derivó en metástasis en el
pulmón.
¿Y por qué no la sacrifiqué antes? Pues
porque, al igual que haría por una persona, quise intentar salvarle la vida; no
quería que sufriera y junto a su veterinaria valoramos posibilidades, eso sí,
me daba igual tener que cuidarla, de hecho, vivió casi tres años más después de
la operación y con un tratamiento que le evitaba dolor. Ella era feliz, jugaba,
corría, saltaba y nos salía a recibir como si fuera un cachorro. Hasta que
empeoró y tuve que tomar la dolorosa decisión.
He tenido que despedirme de unas cuantas
mascotas a lo largo de mi vida. Supongo que como decía una historia que leí, aprenden
más rápido que nosotros el sentido de la vida. Qué según creo yo, también, es
aportar sin condición, dar sin esperar nada a cambio. Y por ello se van de este
mundo antes y con la lección aprendida.
Siempre que sufro una perdida de este
tipo, digo que no tendré más animales en casa. Pero me engaño a mí misma. En
cuanto paso el duelo reparo que aportan tanto que compensa con creces volver a
tener otro.
Bueno, ahí va:
Mi querida, Morgana,
mi perra, mi “Chucho”.
Llegaste a casa con
tres meses. Cuando te encontré habías sido abandonada con más hermanos. Con la
cabeza baja te acurrucaste en mi regazo y tenías miedo de todo el que intentaba
acariciarte. En ese instante, supe que tenía que hacerte feliz. A pesar de que mi casa parecía el arca de Noé,
te llevé conmigo. Asustada e huidiza corrías en cuanto me veías con la fregona
o el cepillo de barrer en las manos. Te escondías detrás de los sillones al
mínimo ruido. Si me sentías subir el tono de voz, venías a mí encogida y con el
rabo entre las patas, como esperando un castigo. Debieron de hacerte sufrir
mucho en aquella corta, pero ya experimentada vida.
Creo que si hay Dios decidió
recompensarte, por ello te puso en mi camino, no pudiendo resistirme a tus ojos
tristes y suplicantes de amor.
Mi viejo perro,
Chiqui, que no te permitía mucho juego, pero te concedía acostarte a su lado,
mi otra perra aún cachorra, Raksha, con la que no parabas de jugar y mis dos
gatas te acogieron muy bien en nuestra gran familia.
Ya en casa te diste cuenta de que no se te
levantaba la mano, nunca se te levantaba la voz, sino para que vinieras cuando
te alejabas, o para decirte “¡no!” cuando hacías algo que no debías. Y mira que,
me saliste trasto. Llegaste a destrozar el mando de la tele y mi teléfono móvil,
aparte de cojines, alfombras…. A veces hasta bromeaba diciendo que tenía un
cocodrilo en lugar de una perra.
Se te ha mimado, atendido y protegido y tú a
cambio nos has dado tu cariño, fidelidad, ternura y compañía.
Con el tiempo,
comenzaste a confiar en ti misma, haciéndote más atrevida y segura. También
decidiste dar una oportunidad al resto de la raza humana, permitiendo caricias
cuando paseábamos por la calle, pero no sin antes mirarme, insegura y como pidiendo
permiso.
Jugabas con nuestras
gatas como si fueran de tu misma especie.
Muchos de mis conocidos
o amigos me decían que eras feíta, pero eras mi chucho, lo mejor, la más
mimosa, agradecida y cariñosa que nadie podía tener. Siempre estabas pegada a
mí. Cuando me iba a mover tropezaba contigo continuamente, y yo siempre repetía
la misma letanía, medio en broma, medio en serio que: “te tenía que haber
puesto jueves en vez de Morgana”.
Y cuanto ahora, voy a
echar de menos tropezar contigo.
Cuando me quedé
embarazada, siempre apoyabas tu cabeza en mi barriga y si mi bebé se movía, tú
lamías mi pancita y me mirabas mientras yo te acariciaba complacida. Sentía
como si supieras lo que pasaba dentro de mí, y lo aceptaras de buen grado.
Y llegó mi hija a
casa, la olfateaste y aceptaste como algo tuyo. No permitías que nadie se le
acercara excepto yo.
Con algunos meses ya
te sujetaba por el pelo cuando pasabas cerca de su cochecito y te dejabas hacer
mil y unas perrerías por ella.
Tengo en mi mente la primera vez que me oíste alzarle
la voz porque estaba tirando la comida al suelo. Te pusiste delante de ella
gruñéndome, aún temerosa y con el rabo entre las patas te enfrentaste a mí. Te
reñí, por supuesto, pero me sentí satisfecha de tu actitud. Si eso hiciste
conmigo podía esperar de ti cualquier cosa por defender a Inés ante un extraño.
Ahora, vuelves a
sufrir, ese maldito cáncer que se ha cebado contigo. Apenas puedes respirar,
comer, caminar. Estás débil. Y, aun así, te dejas manejar por Inés. Sigues
siendo parte de sus juegos. Te observo mirar a la niña con ternura y en cuanto
te llamo haces un tremendo esfuerzo para llegar a mí, abandonándote luego a mis
caricias.
Te
toca irte, viejita mía. Reúnete con Wanda (nuestra gata más viejita) que
decidió marchar antes para esperarte.
Busca
al viejo Chiqui, al que tanto mortificaste en su vejez con tus juegos y que acompañaste
en su agonía acostándote a su lado cuando murió, de un infarto antes de que yo
llegase a casa. Busca también a Raksha y vuelve a colgarte de sus orejas como
cuando eran cachorras.
Quiero que te lleves contigo todo el amor que siento hacia ti. Me acongojo al despedirme, pero ya es hora de que partas, ya es hora de que dejes de sufrir. A mí me queda lo que has compartido conmigo, el cariño que me has dado, lo entrañable que eras compartiendo juegos con Inés y como te dejabas dar la medicina por ella. Por supuesto me queda el recuerdo de tu mirada dulce, tímida y nostálgica. Otra vez, tengo un nuevo vacío en mi corazón que no se llenará porque es tuyo y te pertenece. Me doy por más que satisfecha de lo que has aportado a mi vida y a mi familia por lo que espero que tú te marches feliz de lo que hemos compartido contigo. Ahora moverás la cola de alegría al ver a Papi (mi abuelo) salúdalo de mi parte y descansa vieja, amiga, descansa.
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