sábado, 28 de noviembre de 2020

LO QUE HE APRENDIDO CON LOS AÑOS.

LO QUE HE APRENDIDO CON LOS AÑOS.

He aprendido que nadie es perfecto.
He aprendido que aquel que parece ser más seguro, en realidad es el más inseguro.
He aprendido que aquel que parecía tener menos defectos, era sólo fachada.
He aprendido que aquel que parecía saber menos, es el más que ha aportado a mi vida.
He aprendido que la vida es dura, pero yo lo soy más
He aprendido que las oportunidades no se pierden nunca. Tú las dejas escapar.
He aprendido que lo que decidiste en un momento determinado, quizás no fue lo mejor, pero en ese momento era lo adecuado.
He aprendido que cuando siembras rencor y amargura, la felicidad escapa a otro lugar.
He aprendido que cuando no utilizo buenos gestos y buenas palabras, en algún momento he tenido que tragármelas.
He aprendido que una sonrisa, es un método económico de mejorar mi aspecto.
He aprendido que no puedo elegir como sentirme, pero siempre puedo hacer alguna cosa para intentar superarlo y sentirme algo mejor.
He aprendido que cuando un bebé te coge del dedo con su manita, te tiene agarrado a la vida.
He aprendido que la sonrisa de un niño cura todos los males.
He aprendido que todos queremos vivir en la cima de la montaña, pero la felicidad se vive mientras estamos subiendo.
He aprendido que es necesario disfrutar del viaje y no sólo pensar en la meta.
He aprendido que es mejor dar consejos, cuando te los piden.
He aprendido lo importante que es escuchar en vez de hablar.
He aprendido que cuanto menos tiempo malgasto quejándome, más cosas que me gustan puedo hacer.
He aprendido que mi felicidad está aquí y ahora.  

sábado, 21 de noviembre de 2020

AMISTAD

 

AMISTAD

Después de tanto tiempo y tras una amistad tan larga pese a la distancia, nos volvemos a ver.

Éramos dos niñas que comenzaban su etapa escolar en lo que hoy se llama primaria. Yo ya tenía experiencia, pues venía de un colegio privado donde me enseñaron a leer, escribir, sumar y restar. Ya estaba habituada a relacionarme con niños de caracteres distintos.

En esta nueva etapa colegial, pronto me convertí en la defensora de la gordita, que era objeto de burlas y de la que tenía gafas “la cuatro ojos”.

Nada más llegar tú reparé en que tendrías problemas. Cuando la profesora dijo que no darías clase de religión con nosotros vi la cara de extrañeza de las demás. También nos comentó que no te prepararías para hacer la primera comunión porque eras de otra religión. He de aclarar que para entonces la religión mayoritaria y obligatoria en nuestro país era el catolicismo y no había otra opción en los colegios más que el llamado “catecismo”.

Ese mismo día, no se hizo esperar la reacción en el patio del colegio. Te apartaron de los juegos y de los grupos de charlas y desayunos.

Dejé a mis amigas y me senté contigo a desayunar. Te abriste a mí, contándome de dónde venías y la religión que profesabas, simplemente era otra ramificación del cristianismo con sus correspondientes leves diferencias.

Yo, por el contrario, era algo popular pues tenía un carácter fuerte y decidido, tenía buen humor, iba adelantada por lo que ya había aprendido anteriormente en el otro colegio, contando con el beneplácito de las demás para volver a jugar con el resto de los grupos formados. Me acercaba a esos grupos y pedía que te dejaran integrarte, sin embargo, la condición era que yo podía jugar si tú no entrabas. Opté por no aceptar la imposición y me senté contigo todos y cada uno de los días de las siguientes semanas de ese mes. Después de ese tiempo se unieron “la gafitas” y “la gordita”; y pronto “la pecosa”, la que no tenía padre conocido (un escándalo por cierto para la época; años sesenta) y hasta alguna más considerada de las raritas.  Nos lo empezamos a pasar genial; risas, juegos y complicidad, mucha complicidad. Nos miraban con recelo y yo diría con envidia, pero su intolerancia y testarudez no les permitía dar marcha atrás. Mi educación era mucho más abierta, más tolerante, y siempre me dijeron que había que respetar a los demás.

Seguí intentando que encajaras con las otras niñas, pero no hubo forma alguna, me comentaban que yo podía jugar: elástico, comba, brilé…, pero tú no.

Un día la que lideraba el grupo, que era la más alta y fuerte, por supuesto; una niña con bastantes problemas en su supuesta “familia normal” y que se hacía la dura continuamente, te dijo que no te le arrimaras porque eras hija del diablo. Tú no callaste y le dijiste que creías en Dios, que lo que no creían en tu religión es que María fuera virgen. Entonces ella te empujo, te tiró al suelo y te arreó un golpe, haciéndote daño en un ojo. Todo fue muy rápido y con el tiempo ha ido haciéndose más confuso en mi mente. Salí en tu defensa mientras la increpaba. Te ayudé a levantar y dirigiéndome a ella, pese a que tú intentabas que no lo hiciera, por miedo a que siguiera conmigo, yo mucho más bajita que ella, me fui hacia ella amenazante y le dije que era una lastima que se perdiera tu amistad, que tú eras maravillosa, que eras mejor persona que ella y que Dios no estaría de acuerdo con su actitud; creo que le dije que estaba condenada al infierno. Ella rompió a llorar y yo, sujetándote de la mano y acompañada por el resto del grupo te llevé a la Dirección donde expuse mi queja por lo sucedido. La directora tomó medidas poniendo una sanción a la acosadora y sosteniendo una reunión con los padres. Nuestra profesora nos dio una charla a todas sobre la tolerancia. A partir de ahí todas comenzaron a hablarte y a permitirte jugar a los juegos colectivos.

Nos fuimos haciendo inseparables. En los tres años siguientes, siempre juntas dentro y fuera del colegio. Nuestras respectivas familias, también hicieron amistad.

Antes de comenzar cuarto, tus padres vinieron de visita a casa. Me extrañó la cara de tristeza que tenías. Mientras nuestros padres charlaban en la sala, fuimos a mi habitación y llorando me confesaste que te ibas a Australia. Tu papá había sido contratado allí, y tenían posibilidad tus hermanos y tú de ser más aceptados allí, así que no se lo pensaron y pronto comenzarían una nueva vida. El Cielo se me vino encima; pronto te perdería.

Aunque yo no tenía problemas de aceptación, y todos los grupitos era recibida, mi corazón lloró tu ausencia durante bastante tiempo; te extrañaba dentro y fuera del colegio.

Durante años, seguimos en contacto por carta. Era la manera de contactar en aquel momento. De una carta a la siguiente, pasaban meses. Las contestaciones de la una a la otra se hacían esperar en el tiempo. Cuando el cartero me entregaba tu contestación a mi carta, ya tenía miles de cosas nuevas que contarte.

Así que desgraciadamente, la distancia puso fin a nuestras comunicaciones, pero nunca a nuestra amistad.

Con el tiempo encontré por las redes sociales a un primo tuyo. Contacté con él y me dijo que tú tampoco me habías olvidado. A veces recordaban cosas de la infancia y hablabas de mí. Me comentó que seguías guardando las cartas y las fotos que nos enviamos de pequeñas con la esperanza de encontrarme, que te habías casado y que tenías una hermosa familia. Entre ustedes dos no existía mucho contacto últimamente ya que él vivía en la ciudad y tú en un pueblito del norte muy alejado, pero que intentaría hacerte llegar que había dado conmigo.

Pronto llegó un email. Y ahí estabas. Lo que me contabas, lo que me decías, eras tú, sin duda. Retomamos nuestras comunicaciones esta vez por una vía más moderna. Me informabas que donde vives apenas existen las comunicaciones, ni móviles, ni internet, que estás lejos de las ciudades, que tienes poca comunicación con el resto del mundo y que solo ves los emails cuando visitas a uno de tus hermanos en la capital, pero aun así volvimos a mantener el contacto.

Grande fue mi sorpresa al recibir una llamada tuya diciéndome que estabas en la isla después de tanto tiempo, solo habías venido para una visita por el fallecimiento de un familiar y te irías en pocos días.

Al siguiente día te plantaste a la puerta de mi casa. Cuando abrí me dijiste:

—Hola, vengo a comprar tu libro, porque necesito algo que leer en el avión de vuelta.

Grité de alegría.

No pudimos abrazarnos, no me lo permitiste. Tú venías de un largo viaje, no sabías si traías algo de esta enfermedad que se ha apropiado del mundo. Mantuvimos la distancia y durante un segundo nos apartamos la mascarilla para vernos las caras. Han pasado muchos años, pero era tu sonrisa, tus mismos ojos vivarachos.

Estuvimos hablando más de tres horas en la calle. Yo apoyada en mi puerta y tú a cierta distancia. Por tus ojos sé, que al igual que yo, sonreías de felicidad todo el tiempo

Me pediste que te dedicara el libro. Por supuesto, que te lo dediqué. No me permitiste regalártelo, te enfadaste y me dejaste el dinero trabado en la puerta de casa.

Las dos llorábamos, primero, por la impotencia de no poder abrazarnos, ni poder demostrarnos la alegría de vernos y el cariño que ha perdurado en el tiempo. Esta maldita enfermedad se lleva con ella todos esos sentimientos que estaba sintiendo y no pude mostrarte, abrirte mi casa, mi corazón y mis brazos. Este virus ha prohibido cualquier muestra de afecto físico o contacto que te pudiera dar y ahora desde mi rinconcito, escribiendo estas letras vuelvo a llorar por no tenerte cerca.

He vuelto a revivir el mal sabor de esa ausencia de la amistad de mi amiga en la infancia. Me he sentido como si tuviera esa pérdida de nuevo. Me hubiera confortado tanto ese abrazo y sé que a ti también.

Me has dicho que seguirías mi blog, así que por ti va este escrito, para que no olvides a esta amiga que te espera.

Hemos prometido que cuando todo esto pase, nos haremos nuevas visitas, lo antes que podamos.

Te espera un gran abrazo por esta parte. No pienso soltarte hasta que nos duelan los brazos.

Esperaré con anhelo ese momento.

Te quiero Evangelina.

Tu amiga para siempre.