Se marchó
mientras cargaba en el coche una piña o penca de plátanos, sin ni siquiera
decir un “¡ay!”. Él siempre sin
molestar, tal y como era un hombre reservado y tranquilo. El infarto fue inmediato y fulminante.
Siempre fue una persona de buen humor pese a
los problemas que da la vida y tenía un carácter conciliador. Seguramente
tragaba muchas cosas, pero nunca te recibía triste o de mal humor. Ponía
atención a todo lo que le contabas con mucho interés. Nunca le oí hablar mal de
nadie. Siempre buscaba la parte buena de las personas.
Recuerdo las
bromas que me hacía de pequeña y lo que me reía con él ya de mayor, con ese
humor tan peculiar y respetuoso que tenía.
Intuyo que ya
habrás llegado por allá arriba, al Paraíso.
Igual has
decidido ser el guía para las almas nuevas que entran en el cielo y las llevarás a conocer el lugar en tu guagua.
De lo que sí
estoy casi segura es de que no estarás holgazaneando porque nunca lo hiciste
aquí y no vas a cambiar ahora.
Es muy posible
que estés mirando que plantar, que cultivar y cuando regar, porque no hay nadie
mejor que tú para mimar la tierra, nadie mejor que tú para cuidar el Jardín del
Edén con ese esmero que te caracteriza.
Te queremos,
tío Pepe. Feliz descanso eterno.
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